lunes, 13 de febrero de 2017

La casa sola

Allí me hallaba, sumergido en la miseria personal.
El día era oscuro y se avecinaba una gran tormenta como no lo había hecho en todo el otoño. Obtuve una perspectiva perfecta para visualizar perfectamente aquella casa en la que según me contaron mis superiores, no había sucedido algo de demasiado agrado y por eso me enviaban.
Era mi primer caso como detective y como era el nuevo en la comisaría me tocó ir donde nadie quería. Aquel lugar estaba bastante apartado de la ciudad, la casa estaba rodeada por árboles de hoja caduca que daban un color rojizo al sitio algo que a mi parecer lo hacía mas espeluznante.
Tras las ventanas solo se veía negro y la mayoría de ellas estaban hechas trizas. A simple vista no parecía que estuviera habitada pero uno ya no puede fiarse de las apariencias. La valla que rodeaba el jardín estaba oxidada y corrompida por el tiempo, llamé al timbre pero nadie contestó.
Acercándome ya a la puerta principal, un gran cuervo negro salió de la nada para darme un terrible susto. Fue tal que me caí de espaldas en el frío y húmedo lodo negrizo.
Cuando me quise levantar, como si aposta fuera, el cielo que ya grisáceo se tornó mas oscuro y una brutal tormenta empezó a caer sobre mi bonito sombrero. 
Apresuradamente me refugié bajo el pequeño techo que cubría la puerta de hierro y comencé a llamar a la misma pero dentro de aquella maldita casa parecía no haber nadie.
Tenía dos opciones, podía golpear la puerta hasta que cediera o también cabría volver por el barro, hasta mi coche para regresar a la comisaría donde se burlarían de mí por volver mojado y sin haber resuelto el caso, opté por la primera. Empecé a dar patadas a aquella maldita puerta hasta que por fin cedió y me permitió pasar.
Al abrirse sonó como cuando alguien grita sin consuelo y un escalofrío recorrió de pies a cabeza mi húmedo cuerpo. El olor era simplemente peculiar y la temperatura era la misma que la de fuera pero por lo menos, en la casa, no me mojaba.
A mi parecer los dueños de aquel inhóspito hogar tenían gusto y dinero. Era mucho mas grande de lo que por fuera aparentaba, los laterales de la inmensa recepción estaban adornados con bustos tal vez neoclásicos y las escaleras que se encontraban una a cada lado estaban arropadas por alfombras de color rojo pero demasiado vivo para no estar cuidadas.
El polvo hacía acto de presencia y mi nariz lo detectó, saqué apresuradamente de mi bolsillo un pañuelo pero no llegué ni siquiera a ponérmelo sobre mi cara. Apareció sobre la escalera un ser que llenó mi alma de estupor. Su rostro era pálido y visiblemente envejecido su pelo se tornaba canoso y los ojos se teñían grisáceos. Llevaba en su mano derecha un candelabro con velas encendidas por un fuego que hacía que su sombra gigantesca se reflejaba en la pared. Vestía de esmoquin y cuando se disponía a bajar las escaleras me di cuenta de que no poseía piernas, simplemente levitaba. Mi actitud fue simplemente pasiva pero cuando se acercó a mí, desenfundé mi Colt para rápidamente y con la voz quebrada ordenarle que se detuviera, pero como si no me entendiera siguió su camino dirigiéndose hacia mi.
Otra vez le repetí lo mismo añadiéndole una pregunta aparentemente simple de responder ¿Quién eres? El hombre, si es que así puedo llamarle, no se inmutó. Cuando se encontraba a cuatro pasos de mi, gritó.
Dijo que me fuera, lo hizo tan sumamente fuerte que las pocas ventanas que quedaban con cristales se rompieron, su boca se dilató sobrenaturalmente y las velas del candelabro se apagaron con suma rapidez. Me sobró tiempo para retroceder e instintivamente corrí lo mas rápido que mis piernas temblorosas me permitieron. Cuando entré a mi coche se me cayeron las llaves entre los asientos porque tenía las manos muy frías pero no tardé ni diez segundos en encontrarlas, acto seguido
arranqué y me fui. Creo que hubiera sido mejor mojarme y volver a la comisaría.